No hay libro que merezca la pena leer a los diez años que no sea digno de ser leído (y con frecuencia mucho más) a los cincuenta - excepto, claro está, los libros informativos -.
C.S. Lewis: De este y otros mundos. Ensayos sobre literatura fantástica.
Me apunto esta frase. Me la grabo a fuego en el corazón para el próximo que me mire de forma despectiva al verme disfrutar de las aventuras de Eustace, Lucy, Reepicheep y tantos otros en las tierras de
Narnia. Para el próximo que me diga que estoy mayor para seguir las peripecias del joven
Potter en Hogwarts. Para el que se atreva a esbozar la consabida sonrisita de desdén al verme embelesado (otra vez, y ya van tantas) en la
Tierra Media.
¿Cómo podemos pretender que los chavales sientan interés sobre esos libros que les recomendamos en clase si nosotros ni siquiera los hemos leído? Creo que existe la falsa concepción de que hacerse adulto significa abandonar el mundo de la infancia. Y no debería de ser así. No debemos crecer como un tren que abandona una estación para encaminarse a otra sino como los árboles, permitiendo que cada nuevo anillo de nuestro tronco abraze a los anteriores, protegiéndolos y haciéndolos formar de la parte más íntima de nuestro ser. Y como los árboles, el día que nuestro interior esté seco y muerto, no seremos más que corteza vacía.
Atrevámonos a leer y no recomendemos libros que no nos gusten. Si hay algo tienen los chavales es percepción, y te pillan enseguida cuando les intentas colocar un libro que a tí no te gusta. Para "venderles" un libro, te tiene que haber gustado. O al menos, sé lo suficientemente sincero para reconocer que ese estilo a ti no te va, pero quizás a él le interese.
¡Ah! Y no me vayais de "soy un profe maduro de vuelta de todo con un gran bagaje cultural y eso son chiquilladas" con ellos. Que nos calan desde el principio...