Hay un tema que hace ya tiempo que me da vueltas por la cabeza. Es el tema del famoso respeto debido. En ocasiones me parece que algunos exigen (¿exigimos? no sé si caigo en lo mismo que pretendo criticar...) a los chavales un respeto no correspondido. He visto a compañeros míos de profesión ofenderse gravemente por un comentario (bastante inocente, por cierto) de un alumno cuando ellos llevaban toda la sesión haciendo chascarrillos a costa del grupo. O montar en cólera por la absoluta falta de modales de uno de los chicos, pese a que ellos han entrado en el aula sin ni siquiera decir buenos días. Es que me deben un respeto, que soy el profesor. Pues sí que estamos bien.
Creo que no podemos exigir aquello que no sabemos dar. Y es que el respeto, en mi opinión, no es algo a imponer. El respeto se gana. Y se gana dando tanto como queremos ganar. Es decir, que para exigir, antes hay que empezar por dar. Queremos esa especie de posición pseudodivina de respeto y autoridad absolutos, pero en ocasiones nos olvidamos de que la persona que más hay que respetar en el aula es el propio alumno. Si no les prestamos atención cuando nos necesitan (ya se sabe, siempre andamos taaaaan ocupados), si no atendemos sus peticiones, si nos olvidamos de usar con ellos las mismas fórmulas de cortesía que luego les imponemos (¿Cómo pretendemos que nos pidan las cosas por favor si somos los primeros en ordenar de forma ruda que nos vayan a buscar un paquete de tiza a secretaría?), si no cumplimos, en definitiva, con unas normas elementales de respeto hacia ellos, ¿cómo vamos después a exigirles que nos respeten?
El respeto es una cuestión de modelaje, de dar ejemplo. Somos nosotros, a través de nuestra actitud diaria, los que tenemos que demostrarles que el respeto es la base de una buena convivencia. Es muy bonito llenarse la boca de valores, pero el camino se recorre andando, y el respeto, respetando.
¡Ufffff! Que pedante me ha quedado hoy esto. Quede claro, que no pretendo tirar yo ninguna primera piedra, y que soy el primero en no estar libre de pecado. Pero cuando menos, estas reflexiones me permiten analizar un poquito de forma crítica esos errores que sin duda cometo en multitud de ocasiones. Por favor, no entendais este post de hoy como una pontificación subido en lo alto de mi columna, sino como la reflexión de quien se afana en escalar la montaña para ser cada día un poquito mejor.
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