Los viciosos de verdad lo practicamos en solitario. A veces, cuando te sientes especialmente unido a alguien, le permites compartirlo, acompañarte en él, pero es esa sensación de intimidad contigo mismo, ese placer secreto y oculto que sabes que sólo tú puedes sentir de esa forma en concreto la que le da esa sensación tan especial, tan íntima, tan tuya... Y claro, según donde te pongas a ello, el peligro de que te descubran. Porque una cosa es practicarlo en la soledad de tu habitación, en el cuarto de baño, hasta perdido en medio del monte, y otra muy distinta hacerlo en el trabajo, sin que te pillen, a escondidas, buscando el rincón ideal para aprovechar al máximo ese momento de pausa en que nadie te moleste y puedas librarte a tu apetito más voraz...
Recuerdo que en mi juventud mis profesores, hombres todos ellos de recia formación moral, me decían a menudo que era peligroso, que me afeminaría y me convertiría en un desviado. De nada sirvió. A día de hoy, sigo con ello. Y ya peino canas, aunque sea solo en la barba. Eso sí, las peino con la mano izquierda, porque la derecha, sigue estando ocupada en ese vicio nefando... en ese libro que sostengo y sigo leyendo, arriesgándome a seguir pecando... Y es que sigo teniendo ese nefando vicio que es la lectura.